Sala de columnas - Nieves de abril

Autor

PEDRO G. CUARTANGO

Nieves de abril

NUNCA olvidaré la sensación de liberación que tuve el día que acabé mis 14 meses de servicio militar en el cuartel del Paseo Moret de Madrid. Miré para arriba al cruzar el portón y supe que jamás volvería a aquel lugar ni a tener relación con el Ejército. Aquello sucedió hace 36 años. Mi familia vivía en el barrio de Ciudad Lineal, pero yo había dejado a una chica que me gustaba en Burgos.

Cogí un expreso que salía a mediodía de Chamartin y me fui a verla. Era el mes de abril y los árboles empezaban a echar hojas. La llamé por teléfono varias veces y se mostró esquiva a la hora de concertar una cita, lo que para mí fue una gran desilusión. Quedamos por fin en la cafetería de El Espolón. Subimos por una especie de tobogán al último piso. Me dijo que quería reflexionar sobre nuestra relación y que ya se pondría de nuevo en contacto conmigo.

Pasaron los días y no lo hizo. Creo que estuve como dos semanas en Burgos. Nevó pero ella no me llamó. Y decidí volver a Madrid, ya que tenía que ponerme a buscar trabajo. En el último momento, cuando iba a subir al tren, la vi al otro extremo del anden. Estaba cogida de la mano con un chico.

El viaje de vuelta en el tranvía de las cinco, que paraba en todos los apeaderos, duró casi seis horas, que fueron de las más amargas de mi vida. Pensé que se había acabado el mundo. Pero al mes siguiente me salió un trabajo en una editorial de Barcelona y me fui sin pensármelo dos veces. Allí permanecí seis años y olvidé a aquella mujer.

Diez años más tarde, la volví a encontrar por casualidad frente a la cafetería en la que habíamos hablado por última vez. Se había casado, tenía dos hijos y estaba notablemente avejentada. Sus rasgos no coincidían con los que yo recordaba. Me pareció otra persona.

Nos saludamos y no pude evitar mencionar aquella cita que marcó el final de nuestra relación. Me dijo que no se acordaba y que era yo quien me había desentendido de ella. Que me había marchado a Madrid y que la había dejado sin explicaciones.

Me pregunto qué sería mi vida si aquella tarde en aquella cafetería las cosas hubieran transcurrido de otra manera. Pero la cuestión carece de sentido porque es el azar quien gobierna nuestro destino. Un golpe de dados puede cambiarlo todo, aunque eso ya lo sabemos.